Mis vivencias en San Esteban
Mis vivencias en San Esteban:
Corría el año 2008 cuando me designaron pregonero del Pregón del Costalero del año siguiente; el orgullo para mí era máximo al tratarse de uno de los pregones más señeros de Sevilla, organizado por una hermandad tan señera como San Esteban y dedicado a una figura no menos señera en nuestra Semana Santa: el costalero.
Hasta entonces mi cita con nuestros Titulares era cada Martes Santo, en la calle, normalmente a la salida por la ojiva increíble, pero en aquel momento empecé a acercarme a Ellos a solas, en su templo, papel y bolígrafo en mano, para hablarles y dejarles que me hablaran y construir así mi pregón.
Yo entonces era más joven pero ya tenía edad suficiente para haber vivido más de un sinsabor en mi camino y tenía ya aprendida esa lección que irremediablemente la vida nos enseña a todos los que pasamos por ella: que hay momentos en los que hay que callar y aguantar, morderse los labios y resistir, por muy injusto que nos parezca el escenario en el que nos vemos inmersos en ese momento. Porque al final, tras la tempestad siempre llega la bonanza, y cada vez que se cierra una puerta Dios nos abre una ventana.
Y al pie de la Ventana – precisamente – descubrí a un Cristo que calla y aguanta, que resiste el escarnio, la injusticia, la burla, con una dignidad y una grandeza insuperables. Descubrí a un Dios cuya “hombría” (en el mejor sentido de la palabra) constituye una auténtica lección de vida. Una lección actual, vigente, útil, que Él imparte desde su ventana con esa “divina humanidad” que me cautivó, me llamó, me imantó, y me llevó a hacerme hermano de San Esteban esa misma cuaresma, unos días antes de dar el pregón.
Con su mirada compasiva, sus lágrimas desatadas y sus manos atadas… me ató para siempre.
Mis mejores vivencias en San Esteban son esos momentos a solas con Él y esas conversaciones silenciosas que manteníamos, y mantenemos aún.
De una de esas conversaciones extraigo ahora este soneto que le escribí, una vez apagado ya el foco del pregón, sólo para Él:
¿Quién de espinas, Jesús, te ha coronado?
¿Quién tus sienes, Amor, ha malherido?
¿Quién de clámide, Salud, te ha revestido?
¿Quién la caña, Señor, te ha colocado?
¿Quién tus manos, Amor, ha maniatado?
¿Y tus rodillas, Dolor, ha escarnecido?
¿Quién tus lágrimas, al ras, las ha vertido?
¿Quién tu llanto, mi Dios, ha provocado?
¿Quién tuvo la cobarde valentía?
¿Quién tuvo la osadía, los arrestos,
de posar sobre tu faz su mano impía?
Cederé mi otra mejilla a su beso,
lavarán sus pies las manos mías,
tal cual vi que Tú lo hacías… Maestro.
A.G.C.
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