La Hermandad que me acogió
LA HERMANDAD QUE ME ACOGIÓ
Pasada la Estación de Penitencia las dos puertas del templo permanecían cerradas a cal y canto. Dimos la vuelta y a la espalda de la iglesia, en la calle Medinaceli,había una vivienda aledaña a la que llamamos. Con total nitidez recuerdo la imagen de un sacerdote que nos abrió la puerta y nos preguntó: –¿qué desean ustedes? La respuesta fue: –Venimos a ver al Señor. Aquel sacerdote, sin dudarlo dijo: –Pasen, pasen ustedes, estáis en la casa de Dios.
Y fue allí en la penumbra del templo donde se forjó mi decisión, más por elección que por tradición e, incluso,pudo influir la santidad y bondad de aquel sacerdote, tras orar al Cristo y a la Virgen que, con miradas serenas,parecían estar rebosantes de plegarias de la tarde anterior.Era pequeño de edad, pero ya con uso de razón y antes de salir de la iglesia mi respuesta fue: desde ahora mi vida quedará ligada a San Esteban.
Esa fue mi primera acogida, sin conocer a nadie, sin prejuicios, sin compromisos, solo con entrega y espíritu de servicio.
Días, meses y años después me llevaban a los Cultos, me acompañaban a San Esteban, 36 y esperaba ilusionado, en las angostas y empinadas escaleras, el poder sacar la esperada Papeleta de Sitio.
Allí encontré a los que para mí fueron los primeros miembros de la Junta de Gobierno, todos hombres, padres de familia, abnegados y trabajando al servicio de sus hermanos.
Hombres que derrochaban alegría en el encuentro con el hermano, hombres como D. Antonio Cordón, mayordomo de la época, quien nos enseñaba con amor y cariño el manto de terciopelo de Lyon que la Santísima Virgen estrenaría esa Semana Santa.
Mientras el bombo, junto al resto de instrumentos musicales, aguardaban la noche para rematar los pocos ensayos que quedaban y culminar, en la tarde del Martes Santo, toda aquella devoción e ilusión de aquellos jóvenes hermanos convertidas en notas musicales.
Hombres de carácter afable como como D. Francisco Ruiz, acogedor y cariñoso, que abría los brazos para recibir al hermano e invitarlo, posteriormente, a uno de los principales fines de nuestra Hermandad, según mandan nuestras Santas Reglas, sin inventar nada, sin frases rebuscadas, sino desde la devoción y el cariño, hacía propia la invitación al Culto Sagrado de nuestros Titulares.
Cuando llegábamos a la mesa en la que se extendían las Papeletas de Sitio, todos conocíamos a las personas que allí llegaban, nos encontrábamos con la jovialidad, la broma cercana y cariñosa de nuestro hermano D. José Luis Rocha, el Secretario, y, como tal, exhaustivo conocedor de cuantos desfilábamos delante de él.
No puedo olvidar tampoco, la imagen y la carismática personalidad de otro hermano, tuviera el cargo que tuviera, siempre asido a los varales de Nuestra Señora, D. Francisco Montes, como os digo, siempre muy cerquita de Ella, cerca de su peana, sujetando un varal o con el cajínde la cera preparado en la mano, para cumplir el ritual, un año más. Le recuerdo también muy cerca de Ella, de la Esperanza, cuando me llevaban a la Basílica. Allí estaba mi hermano, mi Hermano Mayor, en la Sabatina de la Santísima Virgen, con hacheta en mano, testimoniando la fe que profesaba a María Madre de los Desamparados y Esperanza Nuestra. Posteriormente, ese y cada uno de los sábados del mes, en nombre de los más necesitados de la Asistencia Social, bajaba y recorría la Basílica con la bolsa morada en las manos. Nos cruzábamos las miradas y brillaban sus ojos al reconocernos hermanos de la misma Madre.
También recuerdo a D. José Luis Gómez, reflejo de amor, entrega, unión y familiaridad, modelo de padre de familia a imitar y a otros muchos hermanos nuestros de San Esteban, que, aunque no los nombre, los llevo siempre en mi memoria y en el corazón.
Por último, mi agradecimiento a mi eterno Diputado Mayor de Gobierno, D. Juan Manuel Berraquero, a quienle debo la oportunidad y la confianza que depositó en mí,joven e inexperto hermano, cuando el cortejo penitencial lo componíamos apenas 450 hermanos y el cortejo tan sólo tenía cuatro tramos por paso. Gracias, Juan Manuel,por enseñarme, sin tu confianza no hubiera llegado a colaborar dentro y fuera de las fronteras de San Esteban.
Por último, deciros que todos ellos, fueron parteimportante de mi vida, aquellos ejemplares miembros de Junta que me acogieron, me tomaron de la mano y me enseñaron a ser hermano de San Esteban, a amar profundamente a nuestra Hermandad y a saber ser miembro de una Junta de Gobierno.
Pero, por encima de todo, ellos me enseñaron que la tarea más importante que tiene cualquier miembro de una Junta de Gobierno es acoger, atender, escuchar y cuidar alhermano de San Esteban y hacerlo por amor a Dios y a nuestros Sagrados Titulares.
Mi gratitud y agradecimiento a todos Ellos.
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